miércoles, 4 de marzo de 2009

PRIORIDAD KINESTÉSICA por Maria Luisa Lázzaro



(del libro Junta de hijas y otras peri-especias, 2008)

Como les iba diciendo sólo necesitaba sentir esa sensación, nada más. No hubo acto lesivo en ningún momento, ni perjurio sobre su cuerpo. Les vuelvo a explicar que yo lo cité en el café Los tres garfios, donde se reúnen los poetas a fumar y a hablar pendejadas.

Le dije que era periodista del Journal Le France, quería entrevistarlo porque sabía lo importante y leído que era. Confieso que esto último era jalabolada. Me gustaban sus piernas; desde que lo vi en la presentación de su libro Las vísperas del infierno, me llamaron la atención. Allí empezó mi calvario y luego el suyo.

Me lo estudié todo, hice mi cuaderno de preguntas literarias; preparé mi carné de periodista con logo del diario, a color y plastificado. La grabadora digital me costó una fortuna. Lo llamé, lástima que no lo grabé, casi se babeaba de la emoción. Por supuesto que me dijo que sí. Le ofrecí ir por él y regresarlo entrada la noche. Así fue que comenzó el asunto. Llegamos al café, estuvo veinte minutos saludando de besos y abrazos, pasó mesa por mesa mientras yo esperaba en la nuestra. De seguro fue diciendo: Es del Journal, me pidió una entrevista; con esa sonrisa de niño con su primer carrito de control remoto traído por los Reyes Magos. Justo veinte minutos después se sentó sonrojado todavía, pidiendo disculpas; como diciendo con los hombros: Es que me conocen, saben de mí. Pedimos capuchino. Por supuesto, le rogué me dejara azucararlo. Ya tenía preparada la primera pastilla de quinientos miligramos de Benzoaldehídoparafrénico. Revolví con parsimonia viéndolo con admiración. No era nada del otro mundo, pero me gustaba ese chicuelo escondido en su mirada adusta, que dejaba tamizar en días especiales como ese del café.


Yo, pregunta que pregunta, y el tercio nada que se adormilaba,y miren que es una dosis para dormir a un burro dedoscientos kilos. En el tercer capuchino le puse otra pastilla que desmenucé debajo de la mesa. Ahí sí empezó a bostezar. Antes de caer menguado sobre la mesa me dijo que no publicara nada antes de mostrárselo, Es bueno hacer una poda de coloquialismos conversacionales que no se veían bien en un diario de tanto prestigio. Me pidió que lo llevara a su casa, le había entrado un cansancio repentino. Comenzó a justificarse, que escribía desde la madrugada; además su despacho tenía clientes exigentes de su profesionalismo.


Me lo llevé abrazado para disimular entre las personas, aunque el lugar estaba atestado de gente y cada quien andaba en lo suyo. El humo espeso de las fumadas permitía una neblina excelente para disipar rasgos. Tenía todo preparado, lo llevé al motel Penélope, metí mi auto hasta la habitación setenta y nueve. Eso sí, tuve que arrastrarlo porque estaba flácido a más no poder; es decir, con todo el peso acumulado. Lo acosté en la cama matrimonial, le quité los zapatos, las medias… y los pantalones. La camisa se la respeté, bueno y también los calzoncillos.


De eso da fe el examen forense. Vieron que decía que no había ningún trauma ni fluidos.


Les dije desde la primera confesión que sólo quería poner mis piernas desnudas sobre las piernas desnudas de él, sentir ese contacto que ya me estaba obsesionando. Necesitaba tener ese registro en mi parte sensorial.


Mi intención era regresarlo a su casa a la media noche por lo menos, pero como tuve que darle dos pastillas no volvió en sí hasta bien entrada la mañana. Cuando despertó estaba vestido. Me hubiera gustado bañarlo y perfumarlo, pero sabía que para mi defensa legal esto hubiese sido blanquear evidencias. No me quedé en el motel por razones obvias; como mínimo me hubiese caído a golpes. No obstante le dejé una nota explicándole todo. Nota que trajo a la DIPM para denunciarme por violación, secuestro y engaño.


Como ven, vine por mis propios medios, pueden arrestarme por secuestro táctil pero no por violación, ni actos lascivos.


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