viernes, 27 de febrero de 2009

OBSESIONES Y MANÍAS por Pilar Moreno Wallace


Todo empezó con aquella caja de cartón que guardó con la idea de que podría servir para cualquier cosa. Después fue un trozo de cuerda, un florero roto que había pertenecido a la familia, una lata con restos de pintura a medio acabar, un clavo, una silla con la tapicería por los suelos, incluso un viejo ordenador que ya estaba fuera de servicio, todo formando parte de una colección disparatada que colocó en lo que desde entonces pasó a llamarse el desván de las curiosidades.

Completamente convencido de que todos estos trastos tenían derecho a una segunda vida, pensaba que en alguna ocasión volverían a prestar sus servicios. Así reunió una herencia de objetos inútiles y sin futuro que fue invandiendo todos los rincones del hogar: encima de un armario, en el pasillo, debajo de las camas, detrás del sofá. Era como amontonar deseos de imposible realización.

Quienes llegaron a saber de esta afición decían de ella que era un entretenimiento, o lo achacaban a una necesidad perentoria a la que le impulsaba el miedo de perder el control de las cosas. Otros afirmaban que era una enfermedad, que necesariamente exigía cuidados extremos, y que estaba latente en él desde sus años jóvenes. Con el paso del tiempo se recrudecieron los síntomas y su atención tuvo desde entonces otros rasgos y exigencias. Ahora el más interesante objetivo, y al que más tiempo le dedica, es coleccionar recortes de periódicos y revistas que le surten cada día de material. Los temas abarcan un campo amplio y cubren distintos géneros, desde política nacional e internacional, artículos de diversa índole, jugadas de ajedrez, comentarios de libros y de arte. Sin necesidad de ser un genio en matemáticas se puede hacer un cálculo de la cantidad de papel recortado que almacena, teniendo en cuenta que sale a -por lo menos- dos periódicos diarios desde hace unos treinta años. Amontonados en mesas y estantes son testigos mudos que van envejeciendo sin un especial destino.

Sellos, azucarillos, palabras, llaves que no sirven para ninguna cerradura, bolígrafos, herramientas oxidadas, tarjetas, son sueños que sigue persiguiendo. A este deseo de guardar no hay remedio verdaderamente efectivo. La realidad es sencillamente una obsesión que sumerge en el caos el espacio dominado por esa querencia ciega a las cosas inservibles mientras no haya nada que le haga desprenderse de ninguna de ellas.

26 febrero 2009


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